Tus ojos y mis ojos se contemplan
en la quietud crepuscular.
Nos bebemos el alma lentamente
y se nos duerme el desear.
Como dos niños que jamás supieron
de los ardores del amor,
en la paz de la tarde nos miramos
con la novedad de corazón.
Violeta era el color de la montaña.
Ahora azul, azul está.
Era una soledad de cierlo. Ahora
por él la luna de oro va.
Me sabe tuyo, te recuerdo mía.
Somos el hombre y la mujer.
Conscientes de ser nuestro, nos miramos
en el sereno atardecer.
Son del color del agua tus pupilas:
del color del auga del mar.
Desnuda, en ellas se sumerge mi alma
con sed de amor y eternidad.
Manuel Magallanes